El sueño del capitán

Dani Rivera | 18:00 | martes, 1 de mayo de 2012 | 0 comentarios |



Tres pasos, siempre hacia delante, sin miedo, con prisas. Pisando fuerte, respirando profundo. Estirando unas insolentes piernas que cansadas, parecen no querer corresponderse con el compás acelerado de un autómata corazón. Cientos de miles de gargantas ponen el sonido de un ambiente que quedará tatuado para siempre bajo su piel, la del rencoroso olvido.

El juez le llamó a cita y éste no quiso esquivar su destino. Cabeza alta, la responsabilidad de un maleducado suspiro y cinco pasos, esta vez a la carrera, simulando el trote de esos caballos que no ven más allá de la zanahoria. Entonces, palo.

Silbido lujurioso que quedó reducido a derrota. Once metros, tres segundos y el fin. Escuadra derecha, portero vencido, que no hundido, hacia la izquierda y un balón perdido buscando la nube sobre la que consolar la pena de un sueño roto.

Sobre el azul, un blanco e inmaculado seis. Sobre la historia del fútbol un nombre con mayúsculas, Franco Baresi.

El calor había sorprendido tras la esquina a la mañana que tímida había salido a su encuentro. Nadie podía presagiar que con semejante luz, pronto la sombría oscuridad llenaría hasta el último de los centímetros de aquel hotel de concentración. Su cabello no era el de antaño y tras de sí asomaban reflejos de veteranía. No era para menos, él no era otro más..

Su nombre lo construyó sobre el gen del esfuerzo y el carisma. Resulta casi paradójico que el Inter de Milán le rechazara por escuálido, cuando alrededor de él se gestó la columna vertebral del Milán más poderoso de la historia rossonera, el de Sacchi, el de “los inmortales”

Todo transcurría conforme a lo establecido, e inexorablemente se fueron consumando los meses en el calendario hasta llegar a aquella mañana. Previsiblemente, lo impredecible suele ser sinónimo de desorden en el acontecer diario y aunque existan personas que hacen de ese no se qué su dosis de adrenalina para aguantar el triste devenir de la monotonía, en la agenda de todo gris individuo, suele significar, casi siempre, algún tachón sobre el blanco del folio.

Si no fuera porque era uno de esos a los que denominaban “inmortales”, el final de aquel suceso estaba lejos para el protagonismo de un ser cualquiera. Un hecho extraordinario recomienda que sus líneas sean descritas por la mano peculiar de aquellos que se salen de lo formalmente establecido.

El sexto mes del año no había hecho más que aparecer y ya sonaban los acordes de fiesta en EEUU. Un año el de 1994 y un país al que el fútbol llegó como un invitado extraño al que todos miran con recelo tras el banquete. Allí, fútbol es soccer y el baloncesto es quien devora todo el pastel bajo los tímidos reproches del beisbol o el fútbol americano.

Striker, la fiel mascota de aquel evento, pudo “olfatear” el poder de aquel disparatado negocio y convivió, sin duda, con una de las anécdotas más dignas de alabanza vividas cada cuatro años en el mundo del fútbol, cuando un simple deporte es capaz de detener el mundo en un segundo.

Esa mañana no era otra que la del 23 de junio y suponía el segundo partido de la fase de grupos para la Italia de un Sacchi incapaz de transmitir lo vivido en el Milan, a la Azzurra. Cambió la mentalidad de un país, pero no pudo con la rigidez de una selección de fútbol.

Tras la debacle ante Irlanda, esperaba Noruega para calibrar las posibilidades al trono del fútbol de una selección italiana que ya se quedó a dos pasos de conquistarlo cuatro años atrás con los ojos de su propio país como testigo.

Aquel partido se ganaría, pero hubo algo más que sólo el paso del tiempo ha permitido magnificar hasta el punto de hablar de leyenda sustentada sobre los visos de una verdad.

Con la primera parte agonizando sus minutos en el marcador, el trote de Baresi se rompe. La carrera desaparece y es entonces cuando entra en escena el dolor. Italia perdía a su líder y capitán y al eterno seis, la última opción para hacerse con el único de los galardones a nivel colectivo que le faltaban por conquistar, el trono del Mundial. La conquista del 82 no fue más que una cruel mueca de los analistas que le adjudican aquella copa como parte de sus méritos, pero lo cierto es que ni tan siquiera había debutado con la maglia. Injusticias nunca recompensadas.

Lo cierto es que se rompió con tanta celeridad que sus meniscos apenas tuvieron tiempo para excusarse por lo ingratitud de semejante desfachatez. La prensa daba por hecho que el jugador se perdería la cita, pero fue operado y se vistió de largo para ejercer de guía espiritual en una Squadra que ejercía a la deriva sin las órdenes de su capitán al timón.

Italia supo cómo llegar a la final para brindar a su capitán la oportunidad de sorprender al mundo. El 17 de julio recuperado y con más hambre de victoria se coló en el once de un Sacchi que confiaba ciegamente en las posibilidades de un hombre que sólo a un 50% ya es superior a muchos que dicen rendir el doble. Era su momento y en aquel país de excentricidades dejó una de las semillas de esas sobre las que arraiga el mayor escéptico. Con Baresi sólo valía creer en él.

Tres pasos, siempre hacia delante, sin miedo, con prisas. Pisando fuerte, respirando profundo. Estirando unas insolentes piernas que cansadas, parecen no querer corresponderse con el compás acelerado de un autómata corazón. Cientos de miles de gargantas ponen el sonido de un ambiente que quedará tatuado para siempre bajo su piel, la del rencoroso olvido.

El juez le llamó a cita y éste no quiso esquivar su destino. Cabeza alta, la responsabilidad de un maleducado suspiro y cinco pasos, esta vez a la carrera, simulando el trote de esos caballos que no ven más allá de la zanahoria. Entonces, palo.

Silbido lujurioso que quedó reducido a derrota. Once metros, tres segundos y el fin. Escuadra derecha, portero vencido, que no hundido, hacia la izquierda y un balón perdido que de haberse colado por la escuadra hubiera recompensado el esfuerzo de un jugador único que sobre azul o rossonero ha impreso su nombre y su seis en la historia del fútbol mundial.

Fernando Sosa

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